Letonia
Letonia para mi es hogar. Es mi segunda casa. Es el lugar que me dio la oportunidad de amar a personas de todas las nacionales. Fue el año que más viajé y también el que más crecí. Tuve la suerte de vivir como una letona. Y de conocer a varios locales con los que intercambiar puntos de vista e intereses. Fue el sitio en el que más vibré. En el que más sentí. Aquella experiencia fue una burbuja. Un sueño del que no quería despertarme. Viví el día de la independencia letona en el que llevé mi vela al Daugava, junto al resto de residentes, para celebrar que Letonia era un país libre. También los 30 grados en agosto, en tirantes, y los 30 bajo cero en invierno, con tres capas de ropa y un metro de nieve sobre el cual mis pies se hundían. Vi ríos totalmente congelados. Fui a la ópera por primera vez. Presencié cómo a las 4 de la tarde un 15 de octubre ya era noche cerrada y parecían las 12 de la noche. Así como también, un 23 de junio, nunca anochecía, regalando el sol su luz durante todo el día y nunca llegando a ponerse. Bebí litros y litros de cerveza en una taberna típica letona al ritmo de la música tradicional. Y visité la primera iglesia ortodoxa. Este es el destino que más experiencias de calidad, y en cantidad, me ha dado. Uno de los grandes desconocidos. Durante un año derroché felicidad cada minuto del día. Y siempre, siempre, siempre lo recordaré con muchísimo cariño.












