Hace unas semanas fui a visitar a mi amigo Nacho a Lanzahíta (Ávila) para montar a caballo y me quedé enamorada de Mustafá, Druso y Perla, y de Farolillo. Los caballos y mulo de su familia.
Lo cierto es que mi primera reacción fue asustarme porque eran enormes y no estaba acostumbrada a tratar con estos animales. Luego ya solo me quedó quererlos. Especialmente, después de que Nacho se cayera de uno de ellos intentando que los dos fuésemos a galope (y el mío imitase al suyo). Karma lo llaman.
Ahora me río, pero en ese momento pasé miedo cuando salí corriendo detrás de su caballo y Nacho se quedó detrás de mi en el suelo. Un auténtico show.
Antes de contaros acerca de cómo nos conocimos Nacho y yo y de cómo es pasar un día en Lanazahíta, me gustaría aclarar algunas cosas muy importantes.

Las excursiones y paseos a caballo son turismo irresponsable
Los caballos son utilizados en excursiones y paseos con turistas en todo el mundo. La mayoría de estos animales son explotados cada día y sufren graves problemas relacionados con insolaciones y lesiones derivados de la sobrecarga, la falta de atención veterinaria y el estrés por deshidratación y calor, entre otros.

La fundación FAADA
Esta organización es una de las más destacadas en cuanto a divulgación de buenas prácticas con animales y están totalmente en contra de que éstos se exploten. Es por esto, que quise contrastar, antes de practicar la actividad de montar a caballo en casa de Nacho, que lo que iba a hacer sería turismo responsable. Lo hice en este enlace y, tras hacerle una serie de preguntas a Nacho, fui yo la que consideré que la actividad que realizaría con los caballos de la familia de mi amigo era respetuosa.

Los caballos de la familia de Nacho no se usan para fines turísticos, únicamente son ellos quienes los montan para su uso y disfrute, y lo hacen bajo unas condiciones adecuadas de cuidado, respeto y confianza recíproca hacia sus animales. Ademas, estos caballos disfrutan de más de una hectárea y están acompañados de otros équidos para que puedan reproducir las conductas propias de su especie.
Por otro lado, Nacho y su familia se encargan de que estos animales estén bien cuidados, de que se sientan libres y estén cómodos en todo momento.
Una vez tuve esta información en mis manos y comprobé que en Lanzahíta se seguían estas líneas de respeto y responsabilidad animal, me lancé a la aventura.

Cómo nos conocimos Nacho y yo
Eso sí, antes de contaros cómo es pasar un día rodeada de caballos en Lanzahíta, quiero poneros en contexto. La historia de cómo nos conocimos Nacho y yo es divertida y merece la pena contarla.
Nacho y yo nos conocimos allá por noviembre de 2019. Y lo hicimos en un autobús. En ese viaje yo estaba productiva y me decidí a sacar el ordenador para montar y editar el documental de la cultura chipriota que tenía en mente y puedes ver aquí. Unas semanas antes, en octubre, había estado visitando a mis amigos artesanos de Chipre y recabando información para uno de los viajes grupales que tenía planeados hacer antes de que la pandemia nos azotase a todos (menos al medioambiente).
Nacho era mi compañero de asiento. Caímos juntos por orden aleatorio. Recuerdo estar inmersa en el vídeo de Chipre y fijarme en que quien me acompañaba al lado me imitaba sacando también su portátil para editar algunas fotos.
Al final, por unas cosas u otras empezamos a hablar. Estábamos realizando actividades parecidas en ese momento y justo eso fue la excusa perfecta para iniciar una conversación entre ambos.
Así fue como nos conocimos e iniciamos una amistad Nacho y yo.
Un día en Lanzahíta: un entorno rural idílico
Al llegar a Lanzahíta, Nacho me recibió con su voyager para llevarme directa al entorno natural donde se encontraban los caballos de su familia.
Un paseo a caballo practicando turismo responsable
Como he comentado al principio, la primera toma de contacto con estos animales fue toda una sorpresa. Son unos seres maravillosos y no me cabe duda alguna de ello, pero al acortar distancias, apareció el miedo en mi. Lo cierto es que me costó un poco tocarlos con confianza. Era la segunda vez que estaba cerca de unos caballos. Era normal, ¿no? Al menos para mi lo fue (quizás no en ese mismo momento pero sí cuando hice un ejercicio de reflexión).
Quise montarme en Farolillo, en el mulo, por ser la primera vez que montaba en un équido, a pesar de que Nacho me insistió en perder el miedo y hacerlo en Druso o Perla, sus otros caballos. Me mantuve firme en mi decisión.

Paseamos por un entorno rural idílico. Lo hicimos entre calabazas, melones, sandías y un río que atravesaba el pueblo. Farolillo, mi mulo, se empeñaba en pasar entre los árboles más bajos haciendo que todas las ramas grandes y secas se chocaran contra mi. Es decir, que me las comiera con papas, vaya. Doy gracias a que estaban secas y se quedaran enganchadas a mi cuerpo tras varios percances, porque de lo contrario me hubiera caído, que era lo que quizás quería Farolillo.
Una odisea de paseo a caballo
A la vuelta del paseo, Nacho quiso ir a galope. Yo, por mi parte, me negaba en rotundo. De comenzar a galopar Nacho, yo también lo haría. Mi mulo imitaría a su caballo y yo me moriría de miedo tan solo al imaginar que me caería sabiendo que tengo genes patosos en mi venas.
Tras varios amagos de galopar, finalmente sucedió. Nacho comenzó a hacerlo y, por supuesto, Farolillo imitó a Perla, el caballo donde estaba montado mi amigo. Empecé a gritar porque no paraba de saltar y separarme de la montura. Ya me veía en el suelo. Íbamos rápido y Perla estaba cansada. De repente, Nacho cae al suelo.
Perla sigue corriendo de vuelta a su hogar y Farolillo y yo, detrás. El pie se me sale del estribo y yo solo pienso en que Nacho esta atrás en el suelo y yo caeré en cualquier momento.
Finalmente, tras unos momentos que a mi me parecieron eternos, la calma. Perla y Farolillo pararon justo a las puertas de su hogar y yo solo podía mantenerme paralizada sin poder bajar. Aún seguía asustada. Tras esta experiencia breve pero intensa, bañamos y secamos a los caballos y nos dirigimos a comer a casa de Nacho con su familia.
Una comida en familia para recargar pilas tras montar a caballo
Nos tenían preparada una paella deliciosa y comimos en su jardín, debajo de un granado. Fue muy poético puesto que yo soy de Granada. Disfruté mucho y lo pasé en grande. Pero aquí aún no se acababa la historia.

Más animales en Lanzahíta: observando sus toros
Antes de volver, Nacho decidió que visitásemos a unos toros. Vimos cómo, en un paraje natural extenso, todos se concentraban en el mismo rincón. Se sentían a gusto en la compañía de otros. Los observamos desde la distancia y yo tomé alguna foto. Tras ese broche de oro, ahora sí, se finalizó la experiencia y yo volví más feliz que una perdiz a casa.